lunes, 2 de noviembre de 2020

SÉ DE LO QUE HABLO, ME HE INFORMADO BIEN

 La clave del éxito de la empresa es: espíritu emprendedor + formación.

Vivimos una realidad diferente en cada momento, lo vemos. Necesitamos rearmar nuestro conocimiento del entorno. Esto es: necesitamos adquirir nuevos conocimientos, nueva información, nuevos métodos, nuevos procedimientos, todo adaptado a las sucesivas nuevas circunstancias. Supone actualización periódica.

En esta realidad habitualmente cambiante, una persona con mentalidad emprendedora, con talento, capaz de organizar ese talento para encontrar soluciones eficaces a problemas actuales, puede crear una empresa.

No hay innovación sin creatividad. pero no siempre que hay creatividad se produce innovación.

Nuestro próximo paso en el aula es empezar a buscar ideas de negocio. 

Lo primero que empezamos a pensar fue en montar negocios de esto y de lo otro, ideas que nos parecían que podían ser rentables y que estaban a nuestro alcance. Ideas viables, vamos.

Lógico , ¿verdad?

Pues no.  Acordaos de la tienda de crisantemos. ¿Qué fue lo que llevó a montar aquel negocio?

Esa lógica que hemos visto enseguida: nadie vende crisantemos, yo tengo muchos y tengo posibilidad de abrir una tienda. Negocio redondo.

¿Dónde está el fallo? El negocio se montó atendiendo a una necesidad del propietario del negocio. No tuvo en cuenta las necesidades de los  clientes. Bueno, la idea de los crisantemos me ha ayudado a comprender muy intuitivamente que es un tanto absurdo ponerse a vender algo tan peculiar sin saber si le interesa a alguien. No habría sido tan evidente si mi ejemplo fuera una librería de libros infantiles. Os parecerá que eso tiene más futuro que los crisantemos...pero si la librería la abro en un pueblecito de 60 habitantes todos mayores de 65 ya os digo que me la estoy jugando otra vez.

No son malas ideas, ni vender solo crisantemos ni solo libros infantiles. Simplemente no estamos teniendo en cuenta el público al que dirigimos nuestro producto.

En el aula hemos cometido el mismo error. Así que hemos roto el chip mental que nos bloqueaba el espíritu emprendedor, y no hemos puesto a pensar no una idea de negocio directamente, no una solución, sino un problema. Buscamos problemas.

Este es el comienzo de nuestro camino: detectar un problema, o dos, o los que sean. Definiremos al cliente como aquella persona que tiene un problema y necesita una solución.

Así que vayamos a preguntarles qué problemas tienen, observémosles, escuchemos lo que dicen, lo que sienten, cómo reaccionan ante situaciones relacionadas con esos problemas, qué les influye, cómo están tratando de encontrar la solución a esos problemas en concreto.

Decíamos que un emprendedor es capaz de encontrar soluciones a problemas actuales, creando una empresa  para ello. Puede incluso convertir su empresa en su modo de vida. Y podemos ir más allá: esa empresa puede no solo llevar al emprendedor a obtener un beneficio económico, y al cliente a obtener la solución a su problema: de paso, es posible que la empresa también produzca un beneficio social (contratando a colectivos desfavorecidos, reciclando residuos, siendo respetuosa con el medio ambiente...). 

Por lo tanto, estamos en la fase de investigación, de adquirir información de nuestros posibles clientes. En este momento no hacemos sesgo alguno: cuantos más problemas detectemos, más oportunidades de negocio tendremos para escoger. Eso sí, es mejor que la información sea veraz, auténtica, actual, contrastada. Porque es el germen de nuestro negocio.

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